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domingo, 30 de noviembre de 2014

Estructuralmente, depreciación de la moneda


Estructuralmente, depreciación de la moneda
La subida en el precio del dólar frente al peso colombiano ha tomado a muchos por sorpresa. Incluso, algunos de los más mediáticos analistas —entendido como los que más aparecen en medios, especialmente televisados; por lo cual a veces parece necesario apagar el televisor— han empezado a  cambiar su perspectiva sobre la divisa norteamericana: de decir a los cuatro vientos que el dólar terminaría el año alrededor de los $1.850; han cambiado su visión y ya hablan algo cercano a los $2.000. Si parafraseamos al Presidente, estos analistas dirían que “solo los bobos no cambian de opinión”, el problema es que cambiaron luego de que la evidencia fue tan fuerte que ya no pudieron soportar los niveles anteriores que habían estimado y les tocó, por la fuerza, ir hacia donde ya muchos estaban, es decir, hacia justificar la depreciación.

Ahora bien, una de las preguntas es si el dólar, después de esa fuerte subida corrige. Es el precio del petróleo o el giro de utilidades al exterior las únicas razones para explicar el actual precio del dólar? Mi respuesta es que no. Desde mi punto de vista el dólar se volvió un activo de retorno asimétrico, que en el mediano y largo plazo tiene todas las características para estar más arriba frente al peso.

Hay cosas que ya se saben, pero que se nos habían olvidado temporalmente, como el déficit en cuenta corriente. Financiado, hasta ahora, con la cuenta de capital, pero que en la medida en que venga menor inversión extranjera directa, esta financiación será más complicada. Tenemos, también, una mayor participación de extranjeros en el mercado local de acciones y, especialmente, de deuda pública. Esto quiere decir que también han llegado flujos por esta vía, pero que cada aumento adicional en la participación en estos mercados volverá aún más marginal cada compra. Me explico, porque suena enredado: los extranjeros en el mercado de TES han pasado de tener el 5% a cerca del 15% en un lapso de algo más de un año. Seguir incrementando ese porcentaje será marginal, si algún día llegan al 20%, pasar al 21% será un efecto menor que cuando pasaron del 6% al 7%.

Pero esto que ha sido bueno porque dinamiza el mercado, tiene un punto en contra: el día que quieran vender, especialmente si es ante un evento que dispare la sensación de riesgo, venderán una proporción muy fuerte en períodos de tiempo muy cortos. Esto, necesariamente, se debería traducir en una depreciación muy fuerte de la moneda local frente al dólar, en plazos muy cortos.    

Desde el año pasado vengo sosteniendo que muchos indicadores de algunos países de América Latina —incluyendo a Colombia, claro está— se me parecen a los que tenía Tailandia en 1997 cuando los hedge funds (fondos de cobertura) decidieron atacar, causando los estragos que ya conocemos. Repito, es una de esas oportunidades en que preferiría que estos miedos no se materializaran.

Mi cuento de Navidad 2014


Esa navidad sería diferente a las demás. Ya su rostro dibujaría una sonrisa, una de esas que no se borran aún ni en el más profundo de los sueños. Quizá era eso, solo un sueño. No, claro que no era un sueño, era verdad, debía ser verdad, una de aquellas que cambia la vida, que cambia la existencia, de las que se espera por largo tiempo, a veces, incluso, perdiendo algo de la fe en que llegue a suceder; pero en el fondo, muy en el fondo, de las que siempre se guarda una pequeña esperanza de que pasará, por alguna fuerza (de las desconocidas aunque deliciosas fuerzas) del destino.

Y esa navidad sería diferente, porque por vez primera, una navidad no lo llenaba de desasosiego. No es que fuera lo que la gente llama un “grinch”; no, de ninguna manera, sus motivos tenía para que no le gustara la navidad. No recordaba exactamente lo ocurrido ni los detalles precisos de aquella noche, pero en su mente, por esta época, siempre venían las imágenes cuando, luego de las risas que despiertan las doce campanadas que anuncian el arribo del 25 de diciembre, de la natilla, los buñuelos y los regalos que traía el Niño Dios —porque en aquel tiempo no los traía ni Papá Noel ni Santa Claus ni San Nicolás—, la tragedia tocó a su puerta: recuerda unas luces que enceguecieron sus ojos, recuerda el grito de su madre, pero sobre todo, recuerda a su padre —el que veía desde donde estaba sentado— moviendo el timón con un gesto de desesperación, tratando de evitar las luces que venían de frente a ellos.

Solo él se salvó en aquel accidente. Los noticieros reportaron que un conductor ebrio, que iba con exceso de velocidad, embistió de frente a un carro con una familia y que el pequeño hijo de la pareja había sido el único sobreviviente de esa tragedia. Reportaron, también, a las autoridades anunciando todo el peso de la ley para el borracho.  Y reportaron finalmente, días después, que el niño había entrado en tratamiento para superar el trauma. Y lentamente, la noticia se fue perdiendo, hasta que desapareció por completo.

Eso no importaba, porque desde aquel momento, lo único que realmente permaneció en el tiempo fueron las pesadillas que suscitaba el recuerdo de aquel diciembre, que aparecían como almas en pena, cada noche de navidad. Eran esas pesadillas que no lo dejaban dormir apenas la ciudad se vestía de verde y rojo, cada vez que aparecían en las vitrinas de los comercios los adornos en forma de copos de hielo o de hombres de nieve, cada vez que las pequeñas luces blancas empezaban a alumbrar las ventanas de las casas. Eran las pesadillas que lo llevaban a acostarse de lado en la cama, con las rodillas pegadas al pecho y las manos tapando sus orejas, queriendo evitarlas, queriendo callarlas, que no se repitieran en su cabeza una y otra vez. Pero eran las pesadillas que siempre volvían y que no se iban, por más que lo intentara.   

Pero él tenía un secreto —como todos tenemos secretos—muy bien guardado: a pesar de no querer la navidad, de manera oculta siempre había pedido, diciembre tras diciembre, que su alma se llenara de una nueva ilusión. Lo pedía con sus gritos internos, con su fuerza extrema, deseando que algo cambiara su destino. En el fondo no era muy diferente a cualquier otra persona, que en esta época se aferra a sus más profundos anhelos, pensando que esta temporada dará una ‘mano extra’ para que los mismos se cumplan. Aunque muchas veces perdió algo de la esperanza de que llegara a suceder —momento en el cual sus pesadillas se juntaban con la falta de fe, convirtiendo sus eneros en grises momentos de depresión—, seguía firme, año tras año, pidiendo esa ilusión para su alma. 

La navidad anterior, una estrella fugaz había aparecido en el horizonte, y él, tan dado a rehuir de las cosas más banales de la época, cerró sus ojos y con todo su ser volvió a pedir su deseo más profundo. Igual, nada se perdía intentándolo una vez más; nada se perdía con otro enero en el que las lágrimas de rabia y desazón corrieran por sus mejillas.

La mayoría diría que era una mujer común y corriente; muchos, incluso, dirían que no le encontraban gracia alguna. Para él, sin embargo, constituía el ser más hermoso que existía sobre la tierra. Ella era las flores de colores que se sobreponían a sus grises pesadillas. Era la risa de sus tristes eneros. Era el nuevo comienzo a sus años perdidos. Era el sueño de sus noches en vela.  Era la prueba irrefutable de que un deseo pedido a una estrella fugaz la madrugada del 25 de diciembre, se cumple. Pero era, sobre todo, el significado que le faltaba a su navidad.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Retornos asimétricos


Retornos asimétricos

Una de las mejores lecturas que he tenido recientemente es sobre el retorno potencial de los activos. No sobre cuál será su tasa de retorno, pues ese es un número que es incierto en el corto plazo, aunque la mayoría de activos brindan una tasa positiva en el mediano y largo plazo; sino en la forma en que los activos  producen sus retornos. Esto a primera vista no se entiende, pero es altamente poderoso: tradicionalmente, los retornos eran simétricos, es decir, seguían una figura estadística en forma de campana, que permitía a los que diseñamos portafolios de inversión, contar con cierta estabilidad al hacer los cálculos. En términos sencillos, la campana mostraba que así como era posible que una acción tuviera un retorno del 4%, también podía tener una desvalorización del 4%, con una media (que es donde caían la mayoría de retornos) alrededor del 0%.

Pero desde que empezó la sofisticación financiera, las cosas se complicaron. Muchos activos tienen retornos asimétricos, lo que quiere decir que su probabilidad de ganar o perder no es la misma y los pagos (resultados) son radicalmente diferentes en cada escenario. Piense en la lotería: su probabilidad de ganar es muy baja, pero su retorno es muy grande. Y al contrario: su probabilidad de no ganar es muy alta, aunque su costo es relativamente pequeño.

El problema de los activos de retorno asimétrico es que la probabilidad de ganar es alta pero su retorno es relativamente bajo, pero la de perder es baja con un costo asociado muy alto 8en el neto, se llega a que la retorno ajustado por riesgo es muy bajo). Lo más llamativo es que es en momentos en que se necesita mayor  estabilidad que este tipo de activos  se comportan peor, es decir, durante las crisis financieras. Por eso, muchos inversionistas se ven altamente golpeados cuando las cosas van mal, porque aunque son activos que generalmente tienen una correlación baja con bonos o acciones por sus características particulares, la teoría de diversificación no funciona en momentos de estrés.

Así, este tipo de activos parecen algo muy seguro y atractivo, pero esas dos características se ven únicamente cuando los mercados van bien. Cuando van mal, la probabilidad de un alto retorno negativo, que es muy baja, entra en acción, y al ejecutarse las pérdidas son sustanciales para los inversionistas que tienen estos activos. Algunos incluso, pueden llegar a perder todo el capital invertido. Eso, como dije anteriormente, representa un reto muy grande para los que diseñan portafolios de inversión, pues en situaciones normales, los activos benefician el portafolio (dan un retorno relativamente estable con una probabilidad de éxito muy alta y una correlación baja);  pero cuando se le hace una prueba de estrés al portafolio, los resultados cambian radicalmente. Muchos de estos activos son ilíquidos y eso complica aún más la ecuación, pues no permite deshacerse de ellos llegado el momento malo.

Infortunadamente, muchos inversionistas se dejan llevar por el folleto de los resultados históricos de estos activos (que siempre muestran la parte bonita), pero no se ponen a pensar en los riesgos potenciales si llega el momento malo. Y si los piensan, muchas veces encontrarán las justificaciones mentales para decirle a su asesor financiero, el porqué ese momento malo nunca llegará.

La fuerza del escenario por defecto


La fuerza del escenario por defecto
Es curioso encontrar cómo la condición humana es indiferente entre sociedades, culturas, países, entre otros. Uno de los más recientes estudios que he leído, muestra el efecto positivo que sobre el ahorro en Dinamarca tuvo un proyecto de débito automático implementado como un caso de análisis. Para ponerlo en contexto, Dinamarca provee algunos beneficios tributarios al ahorro, más sin embargo el grupo de investigadores encontraba que la dinámica no era como se pudiera esperar bajo esos términos.

La intervención sobre el grupo de estudio consistió en hacer una transferencia automática a un fondo constituido con una finalidad específica. Los resultados no pudieron ser más alentadores: el ahorro tuvo un incremento sustancial, y la conclusión lógica del estudio es algo que todos suponemos pero que con algo de rigor científico queda demostrado: el escenario default (el escenario que toca por defecto) es el que mejor trabaja para el humano promedio.

¿Qué quiere decir esto? Básicamente que a una persona promedio le da pereza ir y ahorrar por su cuenta. Pero si el default es debitar automáticamente hacia un fondo, los resultados son totalmente contrarios. Esto se ha comprobado en muchos otros casos, algunos de los más famosos tienen que ver con las cuentas 401k en Estados Unidos —las personas generalmente se quedan en el perfil de riesgo de la cuenta que les asignaron por default— o con casos como la diferencia entre países en la donación de órganos: en países donde es alta la proporción de personas que donan, el default es que todos son donantes; mientras en países donde el porcentaje es bajo,  el default es no donar.

Está comprobado, hasta la saciedad, que al humano promedio le da mucha pereza ir y cambiar el default, razón a la cual las intervenciones de política pública más exitosas a nivel internacional han estado asociadas a cambios de lo que le llega a las personas por default.

Encima a esto, si se ponen algunas restricciones al cambio del escenario básico, se logran intervenciones muy potentes. Porque más allá de las quejas que siempre vendrán de algunas partes, cuando la política está bien establecida y existen ganancias de la sociedad como un todo, los individuos tienden a aceptarla sin reparos en el mediano plazo. El caso de estudio del ahorro en Dinamarca muestra lo positivo de cambiar escenarios básicos y cómo puede contribuir al bienestar común (en un país que sus índices de bienestar ya son, de por sí, amplios).